He dicho en diferentes ocasiones que el estado civil ideal es la viudez aunque el muerto sea uno, algo incoherente frente a la biología, pues nada tiene que ver una cosa con la otra. Genéticamente hablando, el estado ideal es el hermafroditismo, porque nos hace personas integrales en todas las circunstancias, principalmente en lo erótico y genital (dos excelsitudes que justifican con creces nuestra llegada al mundo).
El hermafrodita tiene el paraíso en sus manos: La soledad no lo atormenta y puede desempeñarse a discreción frente a otros, sin importar su sexo, ejerciendo como heterosexual o gay; pertenecer a cualquier clasificación de la comunidad LGTBI sin traicionarse ni contradecirse; asistir a colegios masculinos o femeninos según su estado anímico; fungir como hembra y macho al mismo tiempo sin motivar reclamos de terceros; masturbarse o masturbar al otro sin la presencia de alguien; engendrar y gestar los hijos que desee sin salirse de su anatomía ni padecer los martirios de la convivencia; practicar la felación y el cunnilingus sin necesidad de compañía; ser casto y lujurioso simultáneamente, sin ansiedades ni complejos de culpa; dirigirse piropos sin caer en el ridículo como lo hacen los seres incompletos; disfrutar todas las parafilias propias de sus excitadas fantasías, sin la estigmatización social; vestir trajes de hombre o de mujer sin que nadie se dé por enterado; ser padre o madre cabeza de familia según su vocación y conveniencia; visitar al urólogo o al ginecólogo de acuerdo con sus intereses prácticos, sin despertar sospecha ni repudio médico; utilizar los orinales públicos sin pudores ni vergüenzas prejuiciadas; escapar del servicio militar como lo hacen los hijos de los ricos, que no van a la guerra, pero se valen de los pobres para defender políticos corruptos, banqueros ladrones, religiosos hipócritas y militares asesinos. Toda una gama de posibilidades negadas a los supuestamente normales. “Normalidad” que apenas constituye una triste y lamentable deficiencia en nuestra morfología corporal y nos impide gozar a plenitud los temporales placeres de la vida.
Lamento que la evolución no me haya hecho hermafrodita total, tesoro invaluable de los privilegiados, y celebro el hermafroditismo, como un lujo de la naturaleza, sabia y generosa siempre, que premia unos cuantos con esa maravilla misteriosa y plena de visionaria lucidez.
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