Fluye por mis venas sangre americana (llamada india por un error de cálculo), violada, perseguida y maltratada por oscuros inquisidores que impusieron, a través de la cruz y de la espada, una religión intolerante y sátrapa con una lengua esplendorosa y mágica.
Fluye por mis venas sangre de África, traída por los traficantes de esclavos que asolaron el continente negro. Secuestrados más que prisioneros, los vencidos viajaban como fruto de un comercio inicuo y desgarrado, trayendo, en su impotencia y su dolor, las supersticiones de sus antepasados, sus tabúes ancestrales, sus lamentos, su resistencia y su espiritualidad.
Fluye por mis venas sangre islámica mezclada con la propia de los invasores sedientos de riqueza, crimen y saqueo; sangre con una sensualidad ardiente, carácter hospitalario, primitivo y nómada, amor por la poesía, la música y la danza.
Fluye por mis venas sangre nórdica, llegada por Alaska con el poder vikingo que cruzó, en los más crudos inviernos, el congelado cinturón de Bering, cuando aún los españoles y otros pueblos se batían en sus Cruzadas medievales y los potros torturantes de la Inquisición.
Fluye por mis venas sangre polinesia, llegada hace milenios por el Pacífico Sur en rústicos pero bien diseñados catamaranes, saltando de isla en isla con sus dioses hasta tocar esta tierra exótica y ubérrima, culminando así su portentosa empresa, ejemplo y orgullo de navegación marítima.
Fluyen por mis venas muchas sangres que con sangre han conformado el ego de este continente selvático y querido. Que nunca fluya por mis mestizas venas sangre de razas que se piensan puras, entes fatales de horrendos genocidios, ignominiosos en la historia de la vida.