Iluminado y gozoso por la posibilidad de mirar el universo como una realidad fractal, desde el Big Bang y sus magnitudes inconmensurables hasta las partículas subatómicas y elementales, me animo a escribir este poema para cantar las bellezas de la vida y los grandes descubrimientos que amortiguan mi constante desazón y mi obsolescencia.
Cuando miro esas figuras semigeométricas (planas o espaciales), repitiendo sus escalas infinitas, me asombro, conmuevo y reconcilio con esta especie cretina y destructora llamada inteligente por los hombres.
Caben todas las posibilidades aunque no se impone ninguna: las naturales y creadas por el intelecto en el arte, la ciencia y la tecnología; un gigantesco calidoscopio de formas y texturas desplazándose armoniosamente como un submarino inacabable sobre el fondo de un mar desconocido, imaginado en noches delirantes bajo el peso de mi escasa fantasía.
Deliberado tal vez, o aleatorio, en mi presente devenir monástico soy un ente fractal, tanto por ciento, mientras no llegue el poderoso Azar a destruir incompasivo lo que pienso.
Soy fractal en lo absracto y lo concreto, en el odio, el amor y la venganza, cuando no en la pasión y el desenfreno que me invaden como una hierba mala expandida en mitad de mi cerebro.