Ñoña y escasa de palabra eres en este inmenso mar del español; en francés y portugués eres fonema que no figura en el contexto gráfico.
No te veo tampoco en italiano ni en el viejo latín que hablara Séneca mientras gritaba sus Catilinarias, o en cualquiera de los otros genios que hoy nos deleitan con su filosofía.
El inglés no se digna mencionarte desde su trono de lengua universal, y aunque insulto y desprecio no son míos, te sugiero la humildad como defensa contra todas tus soberbias compañeras que intentan aplastarte impunemente.
Nunca serás ñácara en el mundo, pues tu vírgula la veo aristocrática en el plano singular de los adornos; por eso el ñandú se yergue altivo cuando cruza veloz sobre las grandes pampas libres de nuestra Suramérica.
No me abstengo de nombrar al ñu que tanto admiro por su gran cabeza, su liso cuerpo de antílope africano y cuernos curvos como luna nueva.
Para dejarte disfrutar en paz acudo al ñañiguismo o abakuá, expresión de santería caribeña traída por traficantes portugueses desde el negro y antiguo Camerún, con aquellos cautivos que sufrieron las consecuencias de la esclavitud.