Delgadita en sonido y estructura, me induces a pensar en la anorexia que taladra la silueta del fakir.
Iota en griego pero nunca idiota, medievales gramáticos te hicieron un puntito mediocre en la cabeza, quizás para taparte el Sol que tantas veces nos produce cáncer.
Te las das de ortodoxa y muy formal cuando dejas en tu cuerpo izar banderas, con aquella impudicia que desborda mi atrincherado corazón nihilista.
Sé que a muchos humanos placería rendirte culto sin doblez ni tregua, igual que a fósil recién glorificado, después de remplazar los destruidos con patética ironía y gran cinismo.
Imbécil o ilota te conciben en tu limpia carrera hacia los cielos, donde muestras tu fina fortaleza, penetrante y sutil como una espada.
Te utilizan los creyentes como icono, o al menos pedestal de muchos santos que se afirman en ti como guerreros de los altos dominios celestiales.
Abusa el ignorante de tu impronta, y el sabio permanece indiferente porque piensa sin duda que los años son pasos deleznables, muy pequeños, en la imparable carrera de los siglos, que vuelan turbulentos hacia el sitio donde ayer se impulsó nuestra partida.