No fueron los esir las únicas deidades veneradas por las tribus nórdicas, sino también los poderosos vanas, dioses del viento y de los hondos mares. Ambos se disputaron con las armas (icebergs, rocas y otros proyectiles) lo ganado por derecho de conquista.
Pero un día descubrieron la unidad como fuente de poder, y empezaron a zanjar sus diferencias con el tratado de una paz solemne, el cual reforzaron con promesas de buena voluntad y prisioneros.
Esto pasó sin haberse construido la mansión primigenia de los dioses en los amplios territorios del edén. Sin embargo, dominaron el destino de los hombres en numerosos lugares de la Tierra y en los hondos abismos de lo eterno.
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