Cuando Ymir, primera criatura viviente, cayó muerto contra el suelo helado, la descendencia se ahogó en su sangre, salvo la pareja que huyó hacia Jötun-heim, convirtiéndose, después de radicarse, en padre y madre de la estirpe gigantesca.
Célebres por su apetito y su tamaño, fueron rivales y oponentes de los dioses, y aunque versados en métodos pretéritos, casi siempre eran vencidos en batalla. Temían especialmente a Thor, quien solía derrotarlos diariamente con su martillo Miölnir.
Desfiguraron el planeta con sus pies pisándolo mientras estuvo blando, y formaron los ríos con las lágrimas de sus esposas tristes.
Personificaban las rocas y la nieve, el hielo y el fuego subterráneos. Se movían de un lado para otro cargando tierra y arena en lo profundo, para esparcirla por todos los lugares de sus vastas regiones congeladas.
Poseían un barco tan enorme que el capitán patrullaba la cubierta cabalgando sobre un brioso caballo. Su cordaje era tan largo y sus mástiles tan altos que los marinos trepaban imberbes a las cofas, y bajaban de regreso con el cabello cano.
Los gigantes vivían de mar en mar y de montaña en montaña por los rocosos territorios nórdicos, en tanto los dioses, sin piedad, no los vencieran en algún combate.
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