Conformé las entrañas de la Tierra o fui ola en constante movimiento sobre las aguas del mar. Por mí se batieron los imperios y entregaron su amor las más bellas mujeres. Los caminantes apagaron su sed en las fuentes de mi linfa pura. En los altares, purifiqué ante los dioses a todo el género humano. Me sentí preferido en la mesa de los reyes y acariciado en el pecho de nobles y princesas. Fui azahar en las sienes de las desposadas, pan, techo y vestido en los hogares más humildes, sin escatimar la variedad y abundancia de mi especie, pues ninguno como yo practicó con tanto empeño la generosidad. Ayudé al infeliz y al poderoso; de mí se nutrieron todos en infinitas formas. Aligeré su carga y fui compañero sin dobleces hasta en las horas de mayor peligro. Siempre perseguido, jamás perseguí por placer o iniciativa propia, salvo en casos de hambre, en defensa de los míos o de mis territorios. Sin mí, una vida superior hubiera sido imposible, o demasiado triste. Descubrí muchos y variados instrumentos para el desarrollo de mis facultades. El pasado estuvo a mi servicio como palanca y apoyo hacia el porvenir. En el horizonte vislumbré las agitadas manos de los dioses brindándome un escaño en el divino banquete.
Ahora dime, sabio y bondadoso amigo: ¿Qué hacer para evitar el regreso a la noche que no cesa? A merced de la furia y la tiniebla está el que necesita de tu mano. Habla, tú que conoces el camino. Sólo un plumón de tus inmensas alas esperan mis hombros fatigados para el viaje infinito.
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