Tu inteligencia penetrante como fino y largo alfiler quitó del pensamiento de los hombres el peso aplastante de la Divinidad. Sostuviste con lucidez maravillosa la exclusividad de átomos y vacío, sin lugar para dioses inmortales en esa infinitud de espacio y tiempo.
Pero muchos humanos no entendieron.
Aún se ven humaredas en los templos adorando los restos de unos dioses temibles y cambiantes. El tronco podrido de las supersticiones se resiste a morir y echa frecuentemente algunas hojas que envenenan con sus gases el cielo más oxigenado de la investigación.