La música sonaba con su perfil alegre llevando un toque de tragedia en cada nota. ¡Ha llegado el momento, sálvese quien pueda!, fue la voz del capitán cuando embarcó los ya seleccionados en botes salvavidas.
Aquel insumergible de los mares, alabado por reyes y por todos, escoraba de proa como un viejo cuando se agacha a recoger su pan.
Las olas alcanzaron la cubierta en aquella pavorosa vorágine nocturna, y fundidos en un enjambre humano trepaban como simios hacia popa, los pequeños, los humildes y los grandes.
Entre grúas y jarcias y escotillas el monstruo los halló para sus fauces de fiera acorralada por las costas.
Después, hasta el último rumor del orgullo más grande de Inglaterra cesó con los segundos angustiosos, para luego sumergirse velozmente bajo la negra superficie del océano.
Muy triste y vergonzoso para el mundo fue que tantos pasajeros de tercera no pudieran salvarse como aquellos potentados de leontina que alcanzaron felices el Carpathia.
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