SERÁ LA MAJESTAD ROYAL RECONOCIDA DE PROTESTO POR LA GRANDEZA DE SU DOMINIO SUPREMO, REVERENCIÁNDOLA DE SALUDO EN TANTO VIVIMOS. Es la Reverentia Salutatis (cuántas veces lo hemos dicho) precepto sobresanto y sagrado, cuyo aprendizaje debe ser procurado de saber, pues para ello es tan necesario como la azulez de los cielos. Solo cuando se tiene el absoluto convencimiento de que la crianza y la conservación de las naciones viene predeterminada por la virtud potestatoria de la magistratura regia, es cuando sale de natural reverenciar de saludo a las reales figurillas, aunque sean tajadas de corruptas, como demonias o como verdades del vicio nefando de los atrases, pues se cumple la máxima: "omnes filii ergo Deo hostias spirituales". Si no hay convencimiento no puede haber virtud en el consentir, luego se reverencia de chacota con risa y a burlas sin veras, como los monitos saltimbanquis de plazuela. La Reverentia Salutatis es obra altísima del actuar humano en sociedad, porque recoge al distraído, hace devoto al indómito, atento al disipado, meditabundo al hablador, terso al arrugado, recto al corvo, haciendo a todos como uno en pos de la majestad real, como sucede en los patios de gallinas para con los gallos, en los cantaderos de chicharras o en las parameras con grillos bajo las estrellas de la noche. No consintamos en dorar el yerro de la irreverencia. Cortemos esta peste. La educación en la Reverentia Salutatis es honrada señal que da apetito hacia lo bueno, como devotísima virtud que debe imitarse por todos, mucho más por los miembros de la Real Familia. No se crezca con lo que se cría si no se mengua con lo que se da, porque eso es la generosa dádiva que el familiar de la realeza otorga al reverenciar al rey o a la reina nuestra señora. La Reverentia Salutatis no es mezquindad, ni especie exótica de las indias, ni riqueza derrochada en el desierto, sino rica y noble franqueza para exaltar la poderosidad de la Monarquía abriendo el corazón hacia el dulce encuentro con las reales personas, como la más excelsa inspiración para entender el espíritu de quien manda. Vemos en la videola que presentamos hoy a la nieta de Sofía Grecia, Victoria Federica, chacoteándose de la Reverentia Salutatis que su madre, Infanta Elena Borbón, acaba de dispensar a la funcionaria royal. Aunque la niña ejecuta una reverencia ante su abuela, lo hace con poco espíritu, sin el menor convencimiento, pues ni mira a su abuela ni relaja su total irreverencia en el vestir, ni tan siquiera en los gestos de meter las manos en los bolsillos. El gesto de la muchacha es lamentabilísimo y perseguirá de por vida a esta niña, más cuando vejestorie, siendo que, cuando llegue ese entonces, todo acíbar le parecerá deleite, confesará que se anonadó y querrá recibirse de huéspeda en la devoción ternorosa hacia la real potestad, lo que será tan cierto como que nunca hubo siglo de oro, y tan cierto como que nunca lo habrá, porque no hay plazo que no venza ni deuda que no se pague.
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