EL GOBIERNO DE LA MONARQUÍA NO ES EL GOBIERNO MONÁRQUICO, COMO TAMPOCO LO ES EL ESTADO DEMOCRÁTICO RESPECTO AL ESTADO MONÁRQUICO.
Es el hombre -dígalo el caso- un ser que es capaz de justificarlo todo. Justa es la guerra para quienes es necesaria y santas son las armas cuando solamente en ellas hay esperanza: lo dijo Tito Livio hace más de veinte siglos y lo decimos nosotros ahora, con toda suerte de razones, cuando nos conviene. En el año 1803 llegó a imprimirse en Valladolid un Discurso histórico legal sobre el origen, progresos y utilidad del Santo Oficio de la Inquisición, que a quién lo lea hoy no puede sino producirle maravillas milagrosas en su raciocinio. El liberal francés Fénelon, en su Ensayo sobre el gobierno civil, convence de que toda especie de gobierno lleva siempre en sí propio las semillas de la corrupción y las bases de su propia ruina. Los bellos planes y las fantasías salidas de la euforia de todo nuevo gabinete, acaban siempre bajo el designio del más leve error, de las pasiones indómitas y del abuso del poder. La calidad beneficente para el pueblo de un Gobierno, no nace de su naturaleza constitutiva sino de la virtud de quienes lo encarnan, tan cierto como que la paz de las sociedades civiles no nace al abrazar unas u otras doctrinas, sino de la unión armónica que surge de la igualdad que, como siempre ha ocurrido a lo largo de la historia, es la igualdad económica. Y esa unión armónica, en lo institucional, no tiene más garante que la monarquía, que por su neutralidad puede abastecer al populacho de cuantas artes, industrias y ciencias puedan ofrecerse por el genio de una sociedad plural. Por eso: Gobierno de la Monarquía, que no Gobierno monárquico. Para dar forma y color a la monarquía hay que cuidar todo su aparato escenográfico que ilustramos en este egregio channel con unas imágenes fuera del cánon prestablecido, poniendo nuestro ojo en otros detalles, que es como otro lenguaje, porque solo en el detalle existe lenguaje y cuando hay lenguaje hay conocimiento. Seamos, pues, más maquiavelos y aprendamos de la ética de la experiencia, más no de la ética de las doctrinas ni de las filosofías ociosas de despacho. No digamos nunca lo que realmente pensamos, pero pensemos siempre todo lo que decimos.
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