Soy el dios del viento y me desplazo sobre mi veloz caballo de ocho patas en busca de las almas de los muertos, que gimen arrastradas por el temporal hacia el país de los seres incorpóreos.
Me llaman también el Cazador salvaje y los vivos me escuchan por las noches cuando cruzo cerca de los fiordos, entre arboledas, potreros y peñascos.
Todos gritan al paso incontrolable de mis audaces y móviles guerreros, siempre acompañados por sabuesos que presagian continuos infortunios si los gritos son una voz de escarnio, pero años venturosos y tranquilos si conllevan un mensaje solidario.
Siendo tan espectral y feroz con mis tormentas en Escandinavia, me porto como un niño abandonado ante el fuego de tus ojos enigmáticos, tus caricias sedosas y apremiantes, tu sonrisa boreal y sin dobleces, tus besos de bacante decisivos, tus brazos carceleros y viajantes, tu pasión animal quemante y firme.
Yo que atizo con mi soplo helado el corazón y el alma de los árticos, soy una cándida chispa dispersada por la brisa inconstante de tus sueños.
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