En Jersón, la vida cotidiana se ha convertido en un escenario de constante amenaza debido a una nueva táctica empleada por los drones rusos: el lanzamiento de minas conocidas como “pétalos”. Estos artefactos, pequeños y de plástico, se asemejan a hojas caídas y se mezclan entre el manto otoñal que cubre las calles, lo que provoca que muchos habitantes no logren distinguirlas hasta que ya es demasiado tarde. El resultado está siendo devastador, con decenas de víctimas, entre ellas niños, adultos y personal de emergencia que transita por la ciudad. Las escuelas, tradicionalmente espacios de aprendizaje y juego, han tenido que adaptarse a esta realidad. Ahora incluyen sesiones semanales en las que se enseña a los menores a identificar estos explosivos y a reaccionar ante el sonido de un dron. Las autoridades locales califican esta estrategia como un mecanismo deliberado de terror dirigido a la población civil, una forma de mantener a la ciudad bajo miedo permanente. El gobernador de la región advierte que los ataques son incesantes, llegando a registrarse hasta 2.500 al mes. Organizaciones internacionales, por su parte, señalan que el uso de estas minas podría constituir un crimen de guerra, ampliando aún más las denuncias contra Moscú.
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