En el entorno de la Casa Real, cada gesto y cada movimiento adquiere un valor simbólico, y el almuerzo privado celebrado este sábado en el palacio de El Pardo, con motivo de los 50 años de la Monarquía, no fue la excepción. La reunión, concebida como un encuentro discreto y familiar, estuvo cargada de interpretaciones y lecturas internas. Incluso la forma en que los invitados fueron llegando al recinto permitió observar el clima que atraviesa actualmente la familia Borbón y Grecia. Mientras el Rey emérito, Juan Carlos I, ha expresado recientemente su malestar y desacuerdo a través de unas memorias que han generado comentarios y expectación pública, el resto de los miembros de la familia optó por mantener una postura de silencio, contención y aparente normalidad institucional. Juan Carlos I aterrizó en Madrid poco después de las once y media de la mañana, procedente de Abu Dabi, en un vuelo que ya había despertado interés mediático. Apenas una hora y cuarenta minutos más tarde, se convirtió en uno de los primeros en cruzar la puerta lateral del palacio. Lo hizo sentado en el asiento del copiloto de un vehículo y sin la compañía de ningún familiar. Su llegada en solitario al Pardo fue interpretada como un detalle significativo dentro del contexto y del delicado equilibrio que atraviesa la familia real.
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