Hablar de lo de Rubiales no es tapar lo obvio. Al revés: es ser consecuente precisamente con eso. Es señalar lo que sigue pasando: que las disculpas a rastras, si es que fueron disculpas, llegaron después de haber insistido en llamar idiotas a los demás. Que negó mala intención por ninguna de las dos partes, como si las hubiera. Que le pareció normal el beso y llamar la atención en un mundial femenino agarrándose la testosterona.