Elixir amargo que emana de la obscuridad y se pierde en el misterio infinito. Dilema sacrosanto que aterroriza al cuerpo y excita al espíritu.
Avanzada imperiosa del miedo sobre las frágiles almas, esas efímeras semillas que apenas sí flotan entre el fugaz pensamiento.
Ella no tiene edad, color o forma, es intangible pero absoluta. Omnipresente y diáfana en la penumbra. ¡Reina de la nada!
Inoportuna y atrevida se muestra en escena, soberbia e implacable, aplastando la falsa ilusión de justicia que tambalea en la cuerda floja,
arrasando la voluntad y la esperanza, desgarrando al corazón. Sembrando desazón y vacío en el fértil campo de la impotencia.
Yo pude vencerla el día que traspasé el umbral y superé la etérea barrera de lo desconocido, cuando en sus brazos “no era” y ahora “soy”. Tal vez esté ansiosa por tenerme de nuevo…
Tal vez —ella— sea el camino perfecto, la nave que dará destino a mis sueños, la cima de mi escalada. ¡Lo que merezco!
Quizá, en su inmenso poder, ella me dé la felicidad; me acerque a Dios, al todo, al resto del universo. Pues su fuerza es semejante a la creación, alquimia constante, ¡fin y comienzo!
La siento muy cerca de mí, la anhelo, la deseo; no le temo y la espero tranquilo, sé que es parte de mi vida. ¡Ven a mí cuando quieras, hermosa muerte!
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