En los confines de un mundo donde los dioses jugaban con los destinos como si fueran dados, nació una joven llamada Medusa. No era monstruo. No era amenaza. Era devota, hermosa, sabia. Caminaba por el templo con los pies descalzos y la voz limpia. Su alma, puro canto.
Pero un día, la miró un dios.
Y ya no fue vista con ternura, sino con deseo. Y ese deseo… se convirtió en maldición.
No fue ella quien pecó, sino él. Pero fue ella la condenada.
Su cabello se convirtió en serpientes. Su tacto, en miedo. Y su mirada… en sentencia.
Todo lo que amaba moría. Todo lo que tocaba se convertía en piedra. Y mientras los siglos pasaban, los poetas la llamaban monstruo, los soldados la buscaban para matarla, los hombres para poseerla.
Pero nadie escuchó su llanto. Nadie vio su voz temblar. Solo vieron lo que temían: el castigo de una mujer que fue deseada… y castigada por ello.
En lo más profundo de su exilio, entre estatuas que fueron amantes y enemigos, Medusa acariciaba con dolor cada rostro.
“Si cerraras los ojos, amor... tal vez verías el alma que nadie ve”.
Entonces, un día, llegó un joven escultor.
No tenía escudo, ni espada, ni intención de gloria. Solo traía yeso, vendas… y canciones.
Vendó sus propios ojos. Y durante noches, habló con ella.
No la juzgó. No la temió. No la tocó.
Le cantó sueños. Le habló de luz. Y ella, por primera vez en siglos, río. Soñó. Vivió.
Su alma, hecha piedra tantas veces, comenzó a volver a latir.
Y entonces, una noche, creyó. Creyó que el amor era posible.
Deseó lo prohibido. Lo imposible: Que él la mirara… y siguiera amándola.
Le pidió que no lo hiciera. Le suplicó. Pero el amor, cuando arde, quiere ver.
Y él lo hizo. Abrió los ojos. Y el tiempo se detuvo.
Ella gritó. Pero fue tarde.
Él se convirtió en la más hermosa estatua de su galería maldita. Y Medusa volvió a llorar… con el corazón hecho piedra, pero aún latiendo.
Desde entonces, quien pasa cerca del templo olvidado, jura oír una canción. Una voz que canta entre serpientes dormidas. Un eco de amor eterno… maldito por mirar.
Y mientras los siglos siguen su curso, Medusa sigue ahí.
No como monstruo. Sino como símbolo. Como pregunta. Como tragedia viva… de un amor que solo quiso ser visto… sin destruir.
CORAZONES ROTOS COMPONENTES: Vocalista principal = Erica Sanz. Guitarra1 y Vocal = Yaira Irati. Guitarra2 y Vocal = Sombría M.Tesa. Bajo y Vocal = Sonata Lagos. Batería y Vocal = Isabelle Corne. Teclados y Vocal= Cristina Montero.
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