Hoy en día, hasta los estudiantes de secundario menos informados saben que distintas funciones del cerebro están ubicadas en estructuras particulares del mismo y no en otras, como puede observarse, por ejemplo, para el caso del habla y de sus desórdenes: las afasias.
Esta doctrina, llamada localizacionismo cerebral, aparece en una época en la que sofisticados equipos ayudados por computadoras son capaces de mostrar, con una precisión punto a punto, dónde se lleva a cabo una determinada función cerebral; pero esto no siempre fue así. A fines del siglo XVIII, uno de los métodos más poderosos para inferir las funciones del cerebro era la observación de personas con daños neurológicos producidos por lesiones en el cerebro, tales como tumores, accidentes cerebrovasculares, traumatismos, etc. La fuente principal de conocimiento sobre el cerebro eran las disecciones efectuadas a cadáveres de animales y personas. La localización de funciones cerebrales, únicamente podía ser aproximada del hecho de que hay muchas estructuras de aspecto diferente en el cerebro que, tal vez, podían ser responsables de distintas capacidades de la mente. Es en este complejo escenario que entra el médico Franz Joseph Gall, nacido en Baden, Alemania en 1758, quien encabezó la idea de que distintas funciones mentales realmente están localizadas en distintas partes del cerebro.