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  • hace 9 años
Hace tres años y medio, en un hotel de Vitoria, Maria Josep Pazos Gómez -catalana, gerente de varias empresas, madre de una adolescente- sintió que se moría. No es una metáfora. El ataque de asma le sorprendió en la cama, se arrastró hasta la puerta y se desplomó en el pasillo chillando. «No hay datos fiables» de cuántas personas padecen un coma en España por la descoordinación en las instituciones. En el centro de referencia estatal de atención al daño cerebral, dependiente del Ministerio de Sanidad, así lo reconocen. Pero se atreven con una extrapolación en base a estudios norteamericanos: una media anual de 2.500 personas ingresadas en estados vegetativo o de mínima conciencia por traumatismos cranoencefálicos. La mayor parte, pacientes muy jóvenes. Y solo suponen el 20% de los casos totales, según una aproximación de un estudio del Defensor del Pueblo. Los hay que despiertan, van a sus casas y tratan de encauzar esa nueva oportunidad, cargada de secuelas. María Josep apenas ve: un 4% de un ojo y un 2% del otro. Pero ella recompone «lo que haga falta con las neuronas». Ha recuperado la movilidad, pero no el puesto de trabajo.

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📚
Aprendizaje
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