El cerebro adicto

  • hace 12 años
Rayas blancas sobre el espejo. Una aguja y una cuchara. Sólo con ver la droga o cualquiera de los utensilios que la suelen acompañar, el toxicómano empieza a estremecerse. Anticipa el placer. Luego, vaciada la jeringa, llega la euforia real: calor, claridad, visión, alivio, sensación de ocupar el centro del universo. Durante unos instantes, todo parece hermoso. Pero algo ocurre tras el consumo repetido de una droga, sea ésta heroína, cocaína, whisky o anfetamina. La dosis que antes producía euforia empieza a resultar insuficiente. Pincharse o aspirar el narcótico se convierten en una necesidad. Sin la droga, se hunde en la depresión y, a menudo, enferma. Empieza a drogarse de forma compulsiva. Se ha hecho adicto. Pierde el control sobre el narcótico y sufre el síndrome de abstinencia. El hábito mina su salud, su bolsillo y su relación con los demás.

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