En cada instante, mientras el sol se alza sobre la ciudad dormida, se abre ante nosotros una escena nueva que estamos llamados a protagonizar. Hay quienes sienten el peso de la incertidumbre, el vértigo del futuro, la duda que susurra: “¿vale la pena intentarlo?” Y sin embargo, aquellos que entienden que cada paso empequeñece el obstáculo interior ven en ese mismo vértido una oportunidad para avanzar. En los comienzos, cuando el corazón late fuerte al anticipar lo que aún no vemos, se siembra el acto que vencerá al temor. Caminar hacia adelante es, desde el primer segundo, una declaración contra la pasividad.
Y así emergen personajes de nuestra propia vida: nuestros sueños, nuestros recuerdos, nuestras promesas no cumplidas. Caminan junto a nosotros, susurran deseos que alguna vez guardamos en silencio. El eco de voces que nos dijeron “no puedes” resuena y hace vacilar. Pero en ese momento es cuando conviene detenerse a respirar profundo y mirar hacia dentro para extraer la fuerza dormida. La valentía no es la ausencia de miedo, sino la certeza de que la acción será más grande que la duda. Escribir un verso, dibujar un trazo, lanzar un video, dar un paso hacia afuera: ese primer acto es el principio real.
Cada día aporta una escena inesperada, un giro que no contemplamos, una puerta que parece cerrada pero contiene la llave en nuestro pulso. Y en esa llave late el potencial más puro: la chispa que puede incendiar una historia. No hace falta que sea perfecta, ni que esté pulida; lo esencial es que nazca desde la convicción interior. Si dudas del resultado, actúa de todos modos. Porque la acción derrota a la duda, siempre: es un mantra que puede susurrarse en la noche, cantarse en la mañana, esculpirse en cada latido.
Sé la primera persona en añadir un comentario