Laguardia
  • hace 2 años
ara entrar a Laguardia hay que pisar sin prisa y con cuidado. Lo primero, porque su calma es contagiosa y merece la pena recorrerla sin premuras. Lo segundo, porque bajo el empedrado su tamaño se dobla y una auténtica ciudad de calados se teje bajo sus casas y sus calles. Se cuentan más de doscientos, un motivo por el que esta villa está libre de vehículos, un peso que sus suelos, que también son techos, no podrían soportar. Si se visita durante la vendimia, se puede notar un olor diferente, el que procede de las tuferas de las bodegas caseras y que impregna de vino el aire, invitando a saborearlo con un tradicional pintxo pote y coger fuerzas para conocerla más a fondo.