Ese viento de fuego en tu mirada acaricia mis ganas como dueño. Esa luz transformando la morada de tu piel de luciérnaga varada en relámpagos presos de mi ensueño.
Es mi boca que muerde tu poema y suspira en silencio el teorema de columnas nocturnas en la alfombra. Entregar a tu pecho la diadema y tomar el perfume de tu sombra.
Esa luna que nada en lo caliente de los besos que arrastran la lujuria, en tu mar, con tus olas y tu furia. Nuestras piernas unidas por un puente donde llega el placer a la centuria.
En la noche mojada por tu aroma, mis caricias aprenden ese idioma de tu piel en la cima de mis dedos. Enterrado el cadáver de tus miedos, vibrará la pasión que no se doma.
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