Así imaginamos Mexicali en los días turbulentos de la Revolución Mexicana: un desierto indomable donde el viento levantaba historias y el sol marcaba el pulso de un pueblo que apenas despertaba.
Calles de tierra, cantinas improvisadas, campamentos militares y comerciantes que cruzaban la frontera buscando suerte. Entre el polvo y el ruido de los caballos se mezclaban rumores de batallas lejanas, mientras los primeros colonos intentaban construir un hogar en medio de lo desconocido.
Mexicali era un punto de paso, pero también un punto de resistencia. Un lugar joven que aprendió a levantarse entre el caos, a reinventarse y a crecer con la fuerza de quienes apostaron por este valle incluso cuando parecía solo arena y calor.
No sabemos exactamente cómo fue… pero así lo imaginamos: un Mexicali valiente, rudo, naciendo entre pólvora, esperanza y voluntad.
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