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  • hace 3 horas
No deben ser muchos los casos en la historia del cine en los que un realizador plantea un díptico en el cual una historia y sus personajes puedan verse vis a vis, como dos espejos enfrentados. Uno es el de Smoking y No Smoking (1993), del francés Alain Resnais, basado en dos piezas teatrales casi gemelas del dramaturgo británico Alan Ayckbourn, con Sabine Azéma y Pierre Arditi, en el cual una simple decisión –fumar o no fumar- tiene consecuencias muy distintas para la pareja protagónica. Y el otro es el díptico Mal viver y Viver mal, del cineasta portugués João Canijo, que la Sala Leopoldo Lugones y la distribuidora lusitana Vaivem presentan a modo de estreno porteño, dos años después de haber participado simultáneamente en dos secciones competitivas de la Berlinale 2023, donde en una de ellas, Mal viver, se llevó el Oso de Plata del jurado.

Como sucedía en el doblete de Resnais, el de Canijo también parece responder a una estructura dramática teatral, con un único espacio como escenario, en este caso un bello hotel costero en decadencia, que resiste estoicamente los embates del tiempo y la falta de mantenimiento, por escasez de turistas y recursos. Pero si en Resnais el espíritu era lúdico y ligeramente festivo, en Canijo en cambio prevalece el espíritu del pathos y la melancolía, como si el realizador portugués hubiera ido a buscar su inspiración a Escandinavia, en el teatro de August Strindberg (¿Pelícano, donde una madre devoraba simbólicamente a sus hijos?) a través del cine de Ingmar Bergman.
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