La segunda película de la española Avelina Prat –una arquitecta de profesión aplicada a la realización cinematográfica desde hace unos años– es, en realidad, una coproducción entre su país natal y Portugal, aunque a esos dos idiomas se le suma un tercero: el serbio. El gran protagonista del relato, reposado aunque silenciosamente intenso, es Fernando, un profesor de geografía que un día como cualquier otro descubre que su mujer lo ha abandonado, sin dejar siquiera una carta y mucho menos coordenadas de destino. Superada la inquietud inmediata y posterior bajón, el hombre viaja a una ciudad costera portuguesa sin planes certeros y, por esas cuestiones del azar termina adoptando otra identidad, la de un jardinero que acaba de aceptar un trabajo estacional en los amplios jardines de una casa quinta tradicional del interior portugués.