Alfonso Rojo: “La fábula del cocodrilo y los pecados periodisticos del PP”

  • hace 2 años
Hace unos días, cuando la Audiencia de Valencia acordó, tras cinco años de instrucción, archivar la causa abierta por blanqueo contra 13 exconcejales y asesores de la época de Rita Barberá y sentenció que el caso, que acabó con la carrera y con la vida de la alcaldesa, fue una mesa sospecha, escuché a algunos de los que intervenían en la tertulia de Carlos Herrera quejarse amargamente del acoso al que multitud de diarios y cadenas de televisión sometieron a la dirigente popular.

Hubo incluso una persona, que en tiempo de Rajoy tuvo un cargo de enorme relevancia, que atribuyó su solitaria muerte en una habitación de hotel, a ese feroz e inclemente hostigamiento.

Yo discrepo: lo que mató a Rita Barbera fue el desvergonzado, cobarde y masivo abandono de los suyos.

Y subrayo esto, porque no fue un hecho aislado o algo circunstancial, sino el paradigma de una forma de operar que se ha convertido en el sello de marca del centroderecha español.

Da la impresión de que el PP lleva la ingratitud en sus genes. Y que ese pecado mortal, para mayor inri, va asociado a una falta enfermiza de contundencia.

Paco Camps, a quien ‘El País’ dedicó un centenar de portadas repitiendo una y otra vez que había recibido de regalo cinco trajes de 950 euros cada uno y por lo tanto era reo de ‘cohecho impropio’, perdió la presidencia autonómica y lleva una década de calvario, sin haber sido nunca condenado por nada.
El socialista José Antonio Griñán, sentenciado a seis años de cárcel por los 680 millones estafados de los EREs andaluces ni ha pisado la trena, ni ha pasado una mala noche, ni ha devuelto un euro y sigue rico y tan campante.
Y lo mismo sus camaradas Manuel Chávez, Magdalena Álvarez y todos los que fueron encontrados culpables con él, a los que por cierto el PSOE revindica, honra y arropa.

¿Se preocupan los diputados de centroderecha de recordar esto día y noche?

No, por supuesto, como tampoco que Pablo Iglesias era el contacto de los proetarras en Madrid, usaba un móvil pagado por los ayatolás iraníes o proponía a sus alumnas irse juntos al baño, cuando ocasionalmente daba clases en la Universidad Complutense.

No ha pasado ni un mes y las tropelías del exministro Ábalos han caído ya en el olvido, de la misma forma que no se ha vuelto a hablar de la turbia consultora montada por Pepiño Blanco, en asociación con Elena Valenciano y Antonio Hernando para apañar, gracias a sus conexiones con el Gobierno Sánchez, el reparto de fondos europeos entre los amiguetes.

Habrá quien diga que no se mueve el tema porque Pepiño ha tenido la habilidad de meter en el negocio a algún pez gordo del PP, como Alfonso Alonso, como hacía Bono cuando se lo llevaba crudo, pero hay más motivos.

Tenemos ahora el escándalo de la empresa del padre de Pedro Sánchez, a la que se ha subvencionado a lo grande con dinero público y desde que el líder del PSOE está en La Moncloa se está forrando.

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