Aparentemente, éste es un asunto que sólo debería interesar a neurólogos, psiquiatras o psicólogos. Sin embargo, saber cómo aprende el cerebro nos sirve también para saber cómo no aprende y cómo evitar una serie de lugares comunes sobre capacidades o incapacidades para el aprendizaje dependiendo de edades u otras circunstancias. Blakemore y Frith detallan en un lenguaje sencillo experimentos llevados a cabo usando tecnologías que no llevan mucho tiempo en marcha y que muestran cuáles son las áreas cerebrales que se activan en función de qué es lo que se está haciendo. Lo primero que muestran es que la idea de que el cerebro es plástico es una realidad llegando a citar ejemplos tan concretos como que los taxistas de Londres tienen especialmente desarrollada la parte del cerebro vinculada a la inteligencia espacial, parte que identifican precisamente cuando, bajo observación, le piden que calcule mentalmente un trayecto y viendo qué áreas se activan.
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