Mi vida con el Síndrome de Tourette

  • hace 5 años
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Él es Pete, y tiene un problema. Quizás hayas oído de él, tal vez lo hayas visto en persona, y probablemente te parezca gracioso, molesto o escalofriante. Tiene el síndrome de Tourette. No se avergüenza de eso, está acostumbrado. Pete quiere contarte cómo logró que eso dejara de ser un problema y pasara a ser una ventaja para él.

Pete era un niño absolutamente normal. Hasta que una mañana, cuando despertó, sintió la necesidad de mover la cabeza sin razón. Y una vez más. Y otra. De pronto estaba de pie en su cuarto, haciendo movimientos extraños. No podía evitarlo. De acuerdo, pensó, quizás sea un espasmo muscular, seguro se irá solo. Pero no se fue. Con los días, lo único que hizo fue empeorar. Aparecieron otros síntomas, como levantar las manos, guiñar los ojos y el peor de todos: hacía un sonido similar al de un cerdo de vez en cuando. No sabía por qué. Por supuesto, se volvió algo muy visible, y Pete pidió ayuda a sus padres muy estresado. Fueron a ver a una doctora, y fue entonces cuando le diagnosticaron el síndrome de Tourette.

Él nunca había oído hablar de eso. Estaba seguro de que, de haber visto a una persona con esos síntomas en el pasado, se habría reído o le habría parecido asqueroso. Ahora debía ir a la escuela y explicarle a todo el mundo lo que le ocurría. En ese momento solo tenía diez años. Aún recuerda cómo se sintió estar de pie frente a sus compañeros y decirles que tenía un problema que lo obligaba a moverse todo el tiempo. Ellos se reían de cada uno de sus tics. Claro, al verlo así parece que se está divirtiendo, ¡pero no es algo nada placentero ni entretenido! De más está decir que nadie entendió su problema, todos pensaron que era su manera de expresarme.

Fue así como todos lo aislaron. Nadie quería estar cerca de él, y los maestros no intentaban apoyarlo para nada. Es más, Pete recuerda que, en una ocasión, una maestra se molestó con sus gestos. Creyó que le estaba haciendo caras a propósito, así que lo envió al fondo de la clase, lejos de todos. Y ahí se quedó, aislado física y psicológicamente.

Pete decidió conocer a otras personas con Tourette. Pensó que no se sentiría tan solo si se reunía con jóvenes con el mismo problema. Por desgracia, el síndrome de Tourette es muy particular: cuando ves los tics de otra persona, los tuyos empeoran. Y por más que una situación como esa parezca cómica, esos tics son muy molestos y cansadores, así que él salía exhausto de las reuniones. Finalmente, decidió evitar a esas personas. Mientras tanto, su problema con los tics empeoraba: aparecieron más movimientos, más sonidos y hasta lenguaje obsceno. Llegó a la adolescencia como una máquina deprimida que no podía parar de moverse e insultar.

En esa época, Pete entraba mucho a Internet, ya que allí nadie se molestaba con sus tics. Un día, encontró el video de un sujeto con Tourette can

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